martes, 23 de agosto de 2011

Nada de nada.

Nada de nada es lo que inspira el sonido de transito, el sonido del silencio. El pedalear entre coches en biclicleta de cómodo asiento. El susurro de una caricia que me hace despertar.
Una tarde de afecto que no incomoda por mi falta de aprecio recae sobre mis hombros. El dejarse llevar y arrastrar por el tiempo evitando el colapso. Anotaciones en el diario de una mente que duerme.
Dejo mi bicicleta mal apoyada en él con intención de breve parada. Son las 2, y la luz amarillenta y calida que faroles desprenden me invade y conforma mi sombra sobre el infinito pisar que se cierne nariz abajo. Insectos que agolpados acuden sin previo aviso de cabezazos, imnotizados y sedientos de golpear por propia naturaleza, me distraen.
Mi desdibujo y velas humeantes denotan ausencia. Es hora de partir sin ellos tras de sí.
Es hora de que esa luna que aplasta arboles lejanos inunde el camino de alargadas lanzas oscuras.
Lanzas que a ellos ahuyentan por imposibilidad de llegar a quien las gira. Mano que no tiembla es quien me acompaña y  me sabe imnotizar durante el viaje.
Ése de destino escrito en aquel boleto de lotería mojado que en algun rincón de bordillo el viento acunó.

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